El azufre es conocido desde varios siglos antes de nuestra era. Los griegos lo llamaban "theion" y los romanos "Slalfur" y despertó la atención de los antiguos porque sus diferentes propiedades -color, combustión, medicinales, químicas- permitían su utilización en muy variados campos. Se le menciona en la Biblia y Homero se refiere a él como desinfectante y Dioscorides (médico) preparaba con azufre ungüentos para curar infecciones de la piel (dermatología). Con anterioridad a los 2.000 años A. C. lo empleaban para blanquear telas y los egipcios, en 1.600 A. C., lo usaban en la obtención de pinturas. Los romanos lo empleaban en la fabricación de bronce para las estatuas y también para preparar materiales inflamables utilizados en la guerra; pero, recién a principios del siglo XII de nuestra era, se le emplea en la fabricación de la pólvora, con lo dual comienza la gran importancia del azufre. Se tenía ideas confusas sobre el azufre; se hacía resaltar su característica de combustible y se creía que todos los cuerpos combustibles contenían azufre, y durante mucho tiempo se pensó que no era un elemento; fueron Gay-Lussac y Thenard quienes demostraron que el azufre era un elemento.